Translucido y diáfano el azul cielo, contrasta con la mágica y enloquecedora blancura de la extensa, agreste y arrugada geografía de la inhóspita región de osos, salmones, caribúes... de glaciares y de nieve. “Alyeska”, “alaxsxaq” o la “tierra grande”, “la que es bañada por las aguas del océano”1 !Así la describen en Unangam Tunuu (o aleut, lenguaje de los Unangan). Tierra de los inuit, de los skimo, de los athabaskan; de los unangan, tsimshian; de los yup'ik y de ellos los tareumiut o pueblo del mar y los nunamiut o pueblo de la tierra.
Contemplo islas verdes en un fascinante desierto blanco! No diviso ni a los osos ni a los caribúes ni a los sagaces lobos ni a los camuflados conejos ni a los astutos zorros… No! no los alcanzo a divisar… Sin duda ellos sí observan o perciben mi presencia … una forma alegórica de decir… En realidad, confieso, al avión! En la práctica estoy a 10.000 m de altura! Viajo a bordo de un Boeing 777, desde el que miro maravillado tanta grandeza y espectacularidad: un regalo del universo para mis ojos.
Ante este escenario sugestivo me pregunto sobre la trinidad de la vida! Padre, hijo y espíritu santo: tres personas divinas en una sola, misterio prodigioso de la religiosidad católica - esencia única –. Percibo, sin embargo, ante tanto esplendor y magnificencia que la cuaternidad es el fundamento real de la vida: aire, fuego, agua y tierra: opuestos y complementarios, origen y fin! El pitagórico Tetraktys 2. Elementos que surgen con el tiempo: soplo divino que los convoca y organiza! Hálito que los funde, mezcla, amalgama; que los separa, desune, disocia, independiza. Son uno y son todo a la vez. A ojos humanos son obra de Dios! Son obra de dioses! No importa como se los conciba desde la religiosidad, sea esta sumeria, hindú, musulmana, cristiana, waorani, maya, inca, persa, taina, zulú y todas las otras que por allí andan desperdigadas. Religiones surgidas de la incapacidad del hombre antiguo para entender el origen y fundamento de los fenómenos naturales: invocó el humano causas divinas para encubrir su ignorancia y sus miedos, originando así sus dioses y sus demonios.
Dios y dioses3 – femenino / masculino – benéficos / maléficos –! Está o están representado y representados en cada uno de los cuatro elementos, solos o amalgamados. Reflejado o reflejados en toda la gama de composiciones posibles de los elementos que configuran la cuaternidad. Están en las formas, colores, olores, sonidos, sabores que perfilan el dinámico paisaje. Todos ellos, en solitario, en par o todos juntos, en aquella amplitud de gamas que ofrece la cuaternidad, regalan esa magia de la vida. Está o están en el encantamiento que provoca cada curva, en cada sinuosa línea, en cada perfil que demarca la agreste geografía cincelada por la dinámica tectónica terrestre en la que juegan, en el tiempo: fuego, agua, tierra y aire.
Está o están en la composición lumínica de temprano en la mañana o al llegar la tarde. En el fuego del sol que se refleja en el cielo al jugar con el éter, impregnando de color al crepúsculo matutino o a la hora de véspero. Son latitudes en las que se desencadena uno de los más fascinantes y coloridos juegos del viento solar con la atmósfera terrestre: la aurora boreal, brillo sideral en el polar cielo nocturno - “después de haber visto la Aurora Boreal” dicen, “se vivirá feliz el resto de la vida” -. Elementos que regalan espacios, instantes que superan la imaginación de ser Dios o jugar a ser dioses.
Un monte gigante, majestuoso y arrogante, se adueña del escenario: El Denali! conocido en occidente como Mckinley. Su nombre de origen, Denali! expresa, con profundidad, la maravillosa grandiosidad de lo que representa: “El Todopoderoso”! Así lo reconocen en dena'ina, lenguaje de los athabaskan. Occidente, sin embargo, de manera impertinente se apropia con sus nombres de los espacios que representan la identidad autóctona. Con el apellido del vigésimo quinto presidente de los EE.UU., William McKinley4 , occidentalmente nominaron a este coloso blanco, nombre que no destaca la grandiosidad de la significación nativa. Ignora, tal designación, que la magnificencia no es sólo física o intelectual, sino también espiritual, ritual, sagrada. La lógica occidental, en la nomenclatura de los nombres, insensatamente rompe la magia de lo intangible: no reconoce la significación inserta en lo ancestral: la denominación de origen, al decir del mercado moderno.
El Denali es arrogante y no le faltan motivos. Gigante por que es fuerza telúrica forjada en el fuego profundo. Soberbio en esplendor, por que es agua. Solemne en sobriedad, por que es tierra. Magnífico en grandeza, por que desafía al cielo. Convoca a los osados a que lo reten: pocos lo logran, unos cuantos mueren en el intento, mientras otros reconocen, con humildad, que no estuvieron a la estatura de tamaño reto.
Con reverencia, silenciosa e imaginariamente, desciendo para recorrer por sus arrugados y escarpados farallones, por sus amplios valles esculpidos por viejos glaciares o por los estrechos valles cincelados por los ríos que descienden impetuosos, cargados de energía, paridos en la borrasca que asola a las montañas o por el lento, enloquecedor y subliminal derretirse de la nieve y del glaciar. Ríos que serpentean, cual gigantescas anacondas, amplios valles, los que a su vez se fusionan con una mayor para finalmente depositar sus caudalosas urgencias en el gran mar de Bearing, descomunal espejo roto, integrado por cientos miles millones de pedazos de hielo que flotan a la deriva para finalmente diluirse – fusionarse en el gran mar.
Irreverente y atrevido profano mentalmente aquellos espacios, interrumpiendo su enloquecedora soledad. Los indago, escudriño, observo! Los percibo en cada una de mis fibras musculares, en cada conducto de mis vertebrales nervios. Busco en ellos la esencia de la vida misma. Soledades amplias que convocan, que hacen sentir al individuo como un punto de fuga en el cosmos. Transito con mis sentidos por sus cimbreantes y curvilíneas formas, por sus aristas sinuosas, sus valles poblados de encinas, robles, pinos, pastizales... Espacios llenos de olores a lluvia recién llegada, de polen, de miel fresca, de humus…. Me atrevo por sus cimas tentadoras y simas provocativas que llenan con aromas de sensualidad y de gozo. Me embriago con sus colores! Olores! Sabores!... Soy silencio ante la sinfonía de ritmos que surgen del viento: el que susurra, brama, silba. Me inclino ante los sonidos cadenciosos del agua: la vaporosa, la líquida, la algodonosa, la dura, la salvaje, la tranquila, la traicionera, la renegada, la noble. Me solazo con los compases de aquella salvaje vida liberada en sus espacios níveos, preñados de energía. Me regocijo ante aquella blancura que enceguece, provoca y desequilibra: la que enloquece, desnuda, eleva, ilumina y reta.
Blancura que enceguece.
Ceguera que enloquece.
Locura que ilumina.
Luminosidad que eleva.
Elevación que marea.
Mareo que desequilibra.
Desequilibrio que provoca.
Provocación que reta.
Reto que arrebata.
Arrebato que conquista.
Conquista que oprime.
Opresión que desnuda.
Desnudez que invoca.
Invocación que seduce.
Seducción que inspira.
Inspiración que purifica.
Purificación que recuerda.
Recuerdo que humaniza…
La blancura que enceguece.
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