Por tierras de los Chiriguanos

Escrito por Alfredo
Categoría: Relatos Creado en Martes, 29 Diciembre 2015 14:25
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Por tierras de los Chiriguanos

© texto y fotos: alfredo carrasco valdivieso (28 12 2105)

El luminoso amanecer del horizonte cruceño se pinta rojizo naranja, cuando Helios inicia su diaria jornada conduciendo el carro jalado por Éoo (‘amanecer’), Flegonte (‘ardiente’), Aetón (‘resplandeciente’) y Pirois (‘ígneo’). A esa hora Santa Cruz, la tropical ciudad boliviana, comienza lentamente a sacudirse del letargo nocturno. Escasos transeúntes y vehículos se movilizan por las desérticas callejuelas, avenidas y anillos. Salvio, el chofer, se presenta a un poco antes de la hora convenida. Las ligeras maletas de los tres compañeros de aventura son entregadas al conductor quien, con la experiencia de los años en este tipo de travesías, las acomoda en la cajuela a la vez que las protege con una lona de las posibles lluvias, del polvo de la ruta o de las ágiles manos de los “vigilantes” de semáforos. La jornada se inicia 5 minutos después de la hora concertada. Como buen conocedor del poblado, sortea el laberinto de calles y anillos hasta abandonar la ciudad y enrumbar el vehículo en la ruta que se dirige hacia el Chaco boliviano.

La carretera la integran extensos trazos rectos cuyos bordes confluyen en el horizonte, acompañados de ligeras curvas y suaves ondulaciones. La relativamente plana topografía del oriente boliviano favorece este tipo de diseños viales. Al costado de la vía se encuentran amplios campos recién arados listos para la siembra, aguardan las lluvias que, sin duda, llegarán a mediados de diciembre: sí, el agua deseada pero también temida en especial durante este período invernal, que ya advierte la llegada, ante el anuncio de la posible presencia de El Niño. Estratégicamente localizados están los atajados que aún conservan agua, que además de refugio de aves son reservorios para que el ganado sacie su sed. Dispersos árboles de eritrina, coronados de rojizas flores, decoran los costados de la ruta por la que velozmente transitan pesados camiones, algunos de ellos cargados de áridos, dirigiéndose a las canteras o para dejar el material en los depósitos o en las plantas de procesamiento. Resulta curioso la ausencia en el carretera de la policía de caminos, para muchos choferes la velocidad no es el límite. En medio de una de las rectas, luego de casi una hora de viaje un control de peaje obliga a las movilidades a detenerse momentáneamente, el encargado luce trasnochado, cansado y aburrido; en este lugar un grupo de mujeres ofrece café caliente y cuñape (pan de yuca) que vienen bien ya que habíamos abandonado el hotel sin el tempranero desayuno.

En una de las interminables rectas, un largo puente permite superar el ancho cauce de un río estacional que, en esta época del año, carece de las aguas que en otras temporadas por aquel recorren. Tiene unos 200m de luz. Las resecas arenas café amarillentas que forman el lecho capturan la luz de esa hora de la mañana, dotando al cauce de una coloración amarillo oro que contrasta con el verdor de la vegetación que se encuentra en las riberas. Al final del puente el vehículo detiene su marcha, descendemos de él y nos dirigimos hasta el árido cauce localizado unos seis metros más abajo del nivel del puente, en cuya superficie afloran las raíces de lo que, con seguridad, constituyó un gigantesco árbol que fue arrastrado por las furiosas correntadas de la época de lluvias que dominan en “Río Seco”. Las arenas suaves, mullidas, de granulometría gruesa según el sistema internacional, hacen que el caminar sobre ellas sea pausado. A unos ciento ochenta metros, aguas arriba con relación al puente vehicular, se yergue un viejo viaducto ferroviario, de hierro, integrado por tres cuerpos que se asientan sobre “pilares” de cemento. La rojiza estructura metálica muestra los rigores del tiempo, hace muchos años que no ha recibido una mano de pintura. Por este circula el ferrocarril que llega hasta Yacuiba, frontera con la Argentina.

Habían transcurrido dos horas de iniciado el recorrido cuando arribamos a Abapó, poblado situado en la margen izquierda del río Grande o Guapay cuyas aguas, cargadas de sedimento, fluyen sin prisa, sorteando los bancos de arena que impiden su paso. Abapó fue establecido en 1690 por los jesuitas José de Arce y Juan Bautista de Zea quienes establecieron en el lugar la misión Presentación de Nuestra Señora, cuando los chiriguanos se rebelaron y los misioneros se refugiaron en San Javier de Chiquitos. En 1771 sacerdotes franciscanos volvieron a establecer una nueva reducción posteriormente abandonada, las torres de la iglesia aún se mantienen en pie pero están proceso de destrucción por el abandono.

El puente que atraviesa Río Grande tiene unos 400m de luz. Lo cruzamos a pies mientras el vehículo avanzó hasta el acceso de la margen derecha. Aguas arriba del paso vehicular, a unos ciento cincuenta metros, está la estructura metálica del viaducto que utiliza el ferrocarril para atravesar el río; se asienta sobre bases de cemento que lo sitúan a unos 11m sobre el nivel de las aguas. En la margen izquierda, justo al pie del estribo, se han acumulado decenas de cubos de cemento de 1m de lado para protegerlo de la erosión que provoca las intensas correntadas de la temporada de lluvia. El puente no solo es útil para evadir las correntadas, sino que la estructura proyecta una sombra que es aprovechada por varias cabezas de ganado que reposan escapando del intenso sol que domina a esta hora de la mañana. Dos jornaleros, indiferentes al rigor solar, armados con sendos machetes, caminan lentamente por la orilla batallando con el espeso y café grisáceo fango en el que se hunden a cada paso. Y como para recordar el espíritu futbolero, uno de ellos lleva la camiseta del Barça.

A unos quince minutos de Abapó está la bifurcación que lleva a dos destinos diferentes: la carretera asfaltada continua hacia Camiri ciudad que nació en 1935 a consecuencia de la naciente actividad petrolera, además reconocida por que en ella se hospedó el “Che” cuando inició su aventura boliviana. La ruta de tierra, vía de tercer orden, se dirige a la región guaraní o de los chiriguanos en donde se localiza Charagua (Aurora), localidad desde la que el ejercito boliviano inició la recuperación del territorio que había sido ocupado por fuerzas paraguayas durante los enfrentamientos militares conocidos como la “Guerra del Chaco”. Pues a ese poblado nos encaminamos. Debemos recorrer, en las próximas tres horas, rectas largas que acompañan durante todo el trayecto al tendido de rieles del ferrocarril.

El sol, alto en el horizonte, destaca con su luz la brillantes de las bruñidas rieles. Mientras que el calor seco, de esa hora de la mañana, supera los 34oC, lo tratamos de combatir con el aire acondicionado del vehículo o abriendo las ventanas para recibir el viento que se introduce irreverente en la cabina. Eventuales caminantes, retando al canicular ambiente chaqueño, circulan por la polvorienta e irregular ruta que, desde hace muchos meses, no ha recibido mantenimiento. El verdor que aún domina en los campos aledaños sobre la reinante sequedad del suelo, es aprovechado por varias cabezas de ganado que ramonea el pasto que aún sobrevive a la temporada seca, mientras un venado, intempestivamente, cruza raudo el camino y vence con facilidad la cerca de alambre que no tiene púas para no malograr a los animales. El viento es cada vez más fuerte, se lo siente ulular. Por la intensidad que sopla y la turbulencia que genera, se levantan momentáneos torbellinos que arrastran consigo el polvo del camino, creando delgadas y temporales columnas que parecen sostener a las escasas nubes que intentan, efímeramente, conquistar el firmamento.

Al salir de una cerrada curva una pronunciada y estrecha garganta en una colina nos llevaba directamente hasta el fondo de una quebrada, por cuyo cauce fluye plácidamente un pequeño riachuelo de aguas cristalinas. En el sitio en el que es necesario cruzar con el vehículo, se había formado una pequeña poza en cuyo espejo se reflejaban las reses que, protegidas por la sombra de unos algarrobos, escapaban de la intensidad de los rayos solares. Con seguridad, algunos kilómetros aguas abajo, las aguas que lograron eludir los rigores del seco calor, habrán desaparecido en medio de las porosas arenas. A un costado de la orilla, en el piso, semienterrada, encuentro una botella de una “pinta” de “Tres Plumas” licor de menta con un 29% de grado alcohólico, fabricada en la Argentina. Alguien la debe estar añorando.

Un cruce de caminos se presenta como disyuntiva. Habíamos viajado cerca de tres horas. No encontramos ningún letrero que señale a dónde conducían. Salvio tornó el vehículo hacia la derecha y pasó por encima de las rieles del tren. No muy distante, se encontraba las edificaciones de la estación de ferrocarril que correspondía a estación Charagua, una vieja infraestructura que con seguridad tuvo su época de opulencia. Los antiguos edificios mostraban los rigores del clima y el tiempo. Continuamos por la ruta de tierra y llegamos a una gasolinera frente a cuyos surtidores se había formado una extensa hilera de vehículos y carretas haladas por mulas transportaban grandes tanques, todos esperando que les suministren combustible. La espera era larga, un grupo de menonitas, pacientemente, reposan a la sombra de unas palmeras.

Este ambulante andino decide tomar fotografías para documentar la cotidianidad de estos distantes lugares y observa, a través de la lente, que dos individuos se acercan velozmente. Uno de ellos, de unos 35 años, algo subido de peso, con barba mal llevada, con una camisa rosada “No tomes fotos, está prohibido" me increpa al acercarse con cierta brusquedad, se identifica como dueño de la gasolinera, viene acompañado de un individuo pequeño de estatura, delgado, cuya cara exterioriza un alto nivel de agresividad. Insiste que no tome fotos de la gasolinera. Argumento que es un lugar público y que estamos en un país libre… me observa con aire crítico… y responde interrogándome “¿libre?” …. “Esperaría que así fuese. Aquí nos vigilan!. Por eso no permito que tome fotos”, comenta en voz baja pero con cierta firmeza. A pesar de la “prohibición” disparo el obturador y capturo el singular momento. Nos despedimos con cordialidad, ante la mirada expectante de los menonitas.

El pueblo, Charagua, nuestro destino en esta etapa de la travesía no está muy distante. Al ingresar a él, atravesamos la calle del mercado en donde ofrecen ropa, verduras, granos, arroz. Algunas mujeres menonitas revisan las ofertas, pero también ellas ofrecen a la venta huevos y queso fresco. Somos como extraños invadiendo un rincón en el que parece que se ha detenido el tiempo. Avanzamos en búsqueda de un lugar para alojarnos, ya que en la tarde está previsto reunirnos con el alcalde. Las habitaciones, en los escasos alojamientos, están ocupadas. Peregrinamos por tres de los cinco “hostales” que en el poblado existen, en una de ellos, cerca de la terminal terrestre, encontramos cuatro habitaciones libres. Extrañados por la falta de habitaciones en las residenciales, preguntamos el motivo a los hospederos: “Están viniendo los petroleros”, fue la respuesta. Sí, en el extremo del país las empresas petroleras, con su ruido, alborotan la comarca. El pueblo comienza a ser visitado por los que persiguen el olor del aceite fósil.

Al deambular por el pueblo, a la espera de la reunión con el alcalde, llegamos a la plaza central, en una de cuyas esquinas se localizan las oficinas de la municipalidad. Charagua está caliente. El sol que quema y el calor seco, espantan. Azotan sin piedad a los transeúntes. La plaza del pueblo, al medio día, luce desolada. Ocasionalmente un transeúnte, como retando a los caballos de fuego que galopan en el firmamento, se atreven a transitar fuera de las sombras de los árboles o la que ofrecen los portales de las viviendas que están en el entorno de la plaza. Un tupido arbolado cubre los senderos del interior de parque obsequiando una refrescante sombra, lo integran altos tajibos (Tabebuia impetiginosa), cedros (Cedrela lilloi) y jazmines magno (Plumeria spp.) florecidos cuya fragancia se adueña de los espacios.

Esta localidad no olvida de los participantes y caídos durante el conflicto militar acontecido en el Chaco entre Bolivia y Paraguay, aquel que fue provocado por la angurria petrolera, en la que soldados de ambos bandos terminaron disputando no los lugares en donde se encontraban los potenciales campos petroleros, sino las fuentes de agua ya que la sed venció en los combates. A un costado de la plaza, en medio de la arbolada, se yergue un monumento dedicado a los soldados bolivianos que participaron en la que debería reconocerse como “la primera guerra por el agua”, conflicto que, en la práctica, lo perdieron los dos países contendientes.

Abandono la plaza y me dirijo a una tienda para comprar agua. En la portal, sentado sobre unos troncos que hacen las veces de sillas, están un hombre alto de unos treinta años acompañado por un niño de quizá siete años, de tez blanca, pelo rubio y ojos azules, los dos visten camisa de tonalidad azul a cuadros, overoles azul oscuro y utilizan sandalias. Son menonitas. Saludan con cierta reserva y timidez.

Víctor Paz Estenssoro, quien fuese presidente de Bolivia en cuatro oportunidades (1952-1956; 1960-1964; 6 de agosto al 4 de noviembre de 1964 y 1985-1989), interesado en desarrollar la zona agrícola de la llanura del oriente boliviano, alentó a los menonitas a que se establezcan en esos territorios. Su destreza campesina fue la principal motivación para invitarlos. Los primeros arribaron a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado. Este grupo se originó en el norte de Alemania y Países Bajos durante la Reforma Protestante el siglo XVI, quienes por las coyunturas político-religiosas, se vieron obligados a migrar a otras tierras. Algunos fueron a Rusia, otros a Canadá y Estados Unidos, otros llegaron a México y Belice, así como a Paraguay y Bolivia. Allí establecieron colonias. La actual población en Bolivia se estima en 60.000, repartida en más de 60 colonias que ocupan 645 000 has.

Este grupo religioso que mantiene su propia iglesia y escuelas, evita participar en vida política, y voluntariamente ha decidido no ejercer el “voto”, además son objetores de conciencia en el leguaje actual con relación a su rechazo a integrarse a los servicios militares. Circulan en sus carretas tiradas por mulas. Conservan sus tradicionales atuendos de vestir: las mujeres vestidos largos, sueltos, floreados, oscuros. Un pañuelo, blanco para las solteras y negro para las casadas, cubre el pelo. Un sombrero de fibra – toquilla, de ala ancha, en el que resalta una cinta azul, los libera del sol a la vez que esconde sus caras. Los hombres, con su tradicional mameluco igualmente llevan un sombrero de fibra o una gorra como la que utilizan los jugadores de beisbol. Su vida, en la practica, transcurre en un ambiente fuertemente influenciado por tres temas: la espiritualidad, la familia y el trabajo.

Un grupo de menonitas, luego de la jornada de venta de productos en el mercado de Charagua, en uno de los locales de ventas de comidas apuran un caldo de gallina, pollo frito, arroz y papas fritas. Es medio día cuando el sol más quema y que mejor escapar del atosigante sopor refugiándose en la tienda de las comidas. Uno de ellos se levanta y abandona el local, retorna unos minutos más tarde con tres latas de cerveza que las comparte con dos colegas que lo esperan. La refrescante bebida es consumida con cierta avidez. El consumo de licor como que desarma la idea de que los menonitas son austeros y no disfrutan de gustos mundanos. Dejan ver, además, sendos teléfonos celulares de última generación, y su comportamiento con estos artilugios no es diferente del que se observa cotidianamente: están pendientes de los mensajes que arriban. La carreta como que también está perdiendo su encanto, algunos se movilizan en el pueblo en un Susuki Vitara XL cinco puertas 2015. La tentadora “modernidad” invade la cotidianidad menonita.

“No votan, no pagan impuestos, son avasalladores de tierras y los más grandes deforestadores”…. así describen a los menonitas algunos grupos sean ya indígenas guaraníes, campesinos locales o “recién llegados” como los interculturales. En la práctica, estos planteamientos, obedecen a que la “leyenda rural” en torno a ellos ha construido un particular imaginario alimentado por el nivel de aislamiento que evidencian, la limitada información que se dispone con respecto a ellos y por su rechazo a la “pecadora modernidad”. Contrario a la idea que se tiene sobre los tributos al erario nacional, manejan cerca del 20% de la producción agrícola de Santa Cruz. En cuanto a su papel en la deforestación, es discutible la posición que se los asigna, otros actores económicos -ganaderos o agrícolas, incluso campesinos o los interculturales que se están asentando en la región de Santa Cruz-, perfectamente califican para ingresar en aquella categoría y con “ventaja” en cuanto al puesto que podrían ocupar.

Los campos en los que mantienen sus actividades son extensos, en promedio asignan 50 has. por familia, extensión similar que se adjudica en tierra bajas a grupos interculturales o campesinos no indígenas. La vegetación nativa se limita a las franjas que delimitan las campos de cultivo en donde producen soya, maíz, trigo, sorgo y frejol entre otros. El trabajo agrícola o ganadero que desarrollan, al margen de la perdida de bosque, está enfocado en la productividad. La viviendas sólidamente construidas, no diferentes a las que se pueden encontrar en áreas rurales del Canadá o Europa, están espaciadas una de otras. Tengo la impresión de transitar por las vecindades de Davis o Napa Valley (California); en esas tierras norteamericanas solo faltan los carruajes y que las vías no sean de asfalto.

Ingresamos a una de las viviendas en búsqueda de uno de los líderes de la comunidad, allí encontramos a un grupo de hombres y mujeres de entre los 5 y 20 años dedicados, en ese momento,  al ordeño no mecanizado, cuyo producto almacenan en tarros de metal que pronto serán enviados a los centros de procesamiento de quesos. El recibimiento de aquel grupo de muchachos fue reservado, dejando evidenciar un alto nivel de desconfianza. Mantuvimos un corto diálogo con el mayor de ellos, atentamente observados, a la distancia, por varios ojos celestes que se escondía tras el rebelde pelo rubio que jugaba con el viento. No tuvimos acceso al jefe de familia, uno de los líderes de esta comunidad, ya que se había trasladado a Santa Cruz, que era quien, según otros menonitas con quienes conversamos,  el que podía contestar a las peguntas que nos llevaron por esos lares.

El retorno a Charagua lo iniciamos cuando el sol declinaba. Las nubes adquirieron una tonalidad rojiza naranja, mientras el sol se iba hundiendo en el horizonte. Los árboles, desprovistos de sus hojas, mostraban sus largas y oscuras ramas contrastando con el colorido que matizaba el atardecer. Una niña menonita de unos diez años, ataviada con la ropa que los caracteriza, acompañado de dos niños no mayores a los seis años, caminaban por el largo y ancho sendero de tierra. El conjunto que integraban las luces del atardecer, los árboles que se alineaban a lo largo del camino, la inocencia de los niños caminando en una ruta que se pierde al filo de la distancia configuraron una acuarela viva y dinámica de gigantescas proporciones, cuyas tonalidades armónicamente cambiaban en la medida que los caballos de fuego ingresaban a los establos del atardecer.

La noche fue relativamente fresca, no obstante lo estrecho del cuarto que ocupaba en el que apenas cabía la cama, un velador y una maltrecha silla. De pronto, a la hora  menos esperada, los desafiantes cánticos de los gallos comenzaron a resonar, eran a las 03:30h. El ritmo circadiano o reloj interno de estas aves entró en funcionamiento, alertó que la hora del amanecer está cerca, en dos horas despuntaría el sol. Sacudido del sopor nocturno, abandono el hospedaje y deambulo por las polvorientas callejuelas del pueblo. Los transeúntes aún no circulan, salvo un perro que el verme corre a refugiarse en el portal de una casa mostrando su hostil nerviosismo en la medida que me acerco. A pocos pasos un madrugador, sentado en un estropeado banco de madera, espera que abran el local de transporte terrestre. La luz del amanecer destaca las siluetas del esperador y del perro, el anuncio de “Grandes Curanderos ‘Brazileros’ Don. Ze Yandir y Doña DaLva dela plata” … “veA hoy su ‘suerte’”, “Te hacen ver el nombre o la cara de tus enemigos” entre otras ofertas aseguran que vuelva el ser amado, y logran curaciones para los vicios, envidias, salaciones, enfermedades… y todo lo ofrecido lo logran “en pocas horas”. Los encuentran en la pieza “No. 13” en el alojamiento “Aguarague”.

A las 05:30 ponemos rumbo a Camiri, ya que en esa ciudad nos esperaría el alcalde de Charagua. Nos esperan cuatro horas de viaje. Abandonamos el pueblo e ingresamos a una quebrada ancha, en la que se observa que el agua había comenzado  a correr quizá en esa madrugada. Aún eran delgados los brazos de agua que irrumpían en el reseco lecho del estacional riachuelo. Las lluvias que ya están presentes en las partes altas, los pobladores la esperan con expectativa y con cierto temor por que han sido informados que este es un año de “El Niño”; tienen presente en su memoria los estragos que provoca.

La quebrada y con su incipiente caudal se diluye en el recuerdo. Iniciamos la travesía por un atractivo paisaje acompañados por la sinfonía mañanera del bosque: la serenata de las cigarras cuando activan su concierto de percusión al poner en movimiento los timbales que retumban en las cajas de resonancia, acompañado por el canto de las charatas (Ortalis canicollis) que da inicio a una fiesta endiablada, mientras que una suave brisa bate las hojas de los árboles. Estamos en los dominios del bosque seco donde reinan los matorrales espinosos, sabanas secas y tierras húmedas, en cuya floresta destacan los algarrobos, (Prosopis alba), mistol (Zizyphus mistol), chañar (Geoffroea decorticans), choroque (Ruprechtia triflora), cacto candelario (Ceraus dayami), kacha kacha (Aspidosperma quebrachoblanco), guayacan (Caesalpinia paraguariensis) toborochi (Chorisia insignis) y la palma sao (Trithrinax schizophylla). Región de temperaturas extremas que puede llegar a los 43,3ºC o de -1,1ºC. Lugar en el que la evapotranspiración potencial durante todo el año es más alta que la precipitación. Los ríos pequeños, aquellos que se originan en la serranía de Charagua, desaparecen luego de fluir a lo largo de 10 o 30 km en la planicie chaqueña, muchos no logran drenar en el río Parapetí cuyas aguas, en epocas de lluvia, pueden alcanzar al Amazonas. Para algunos arroyos, las dunas constituyen su última barrera, pues desaparecen en las arenas que las forman. Al occidente, no muy distantes, acompañan en la ruta los contrafuertes de la cordillera de los Andes. La agreste topografía matiza la relativamente plana que predomina en las zonas bajas.

El hambre comienza a pasar factura. Charagua a la hora de la mañana que abandonamos el poblado, no ofrecía un lugar para obtener el refrigerio matutino. Una breve parada en San Antonio originalmente conocida como la misión Purísima Concepción de Nuestra Señora de Parapití, fundada como misión franciscana en 1795 Localidad ubicada no muy lejos de las orillas del río Parapetí, en la provincia Cordillera, fue parada obligada. Allí, a un costado de la vía, en una pequeña tienda, encontramos queso de los menonitas, agua y unas insípidas galletas mata hambre. El dueño, que dice ser un líder de la comunidad, brevemente nos relata la historia del pueblo, destacando la postergación en el que se encuentran. Continuamos el trayecto, atravesamos el pueblo que se distribuye a lo largo de la ruta.

Los ocasionales vehículos que por allí llegan y el semanal tren, son los medios que permiten estar en contacto con la distante Camiri o Charagua. El tren que se dirige a Yacuiba ya no circula con la frecuencia de otros años. Lo hace los jueves: los lugareños tienen muy claro el día y la hora que esperan escuchar el ruido de la máquina de acero, la vieja locomotora ahora compite con buses cómodos, nuevos y veloces que alcanzan más rápidamente el destino, pero las asfaltadas carreteras por donde aquellos vehículos circulan han distanciado a estos pueblos de los circuitos más comerciales. En varias oportunidades, la vía carrozable que corre paralela largos trechos a la ruta del tren, cruza las rieles dejando ver en el horizonte la convergencia de las líneas paralelas que delinean las rieles. De pronto un motociclista que se desplaza en medio de las paralelas, levanta el rojizo polvo. Es parte del punto de fuga que permite dimensionar la profundidad del campo visual.

Al terminar una curva cerrada, no muy lejos del de San Antonio, aparece el puente para el ferrocarril , localizado sobre el río “Parapeti”. Estructura metálica, sobre bases de cemento, estrecha, apenas puede atravesar un vehículo… 300 m de luz y de vértigo. No tiene protecciones laterales. Algunos lo cruzan sólo durante la noche, para no percibir la altura que tiene el puente: son casi 20 metros de altura con respecto al lecho del río. El nombre del río tiene su historia. Parapetí significa “donde se acabaron los pitis”, en relación a un grupo chiriguano que fue empujado río abajo por los ava del Gran Parapiti que ocupaban los territorios donde está el actual San Antonio[1]. El río tiene su naciente en los Andes, atraviesa el Chaco boliviano y desemboca en la depresión de los Bañados de Izozog, un gran humedal, lugar donde el intenso calor le pasa factura al evaporar gran parte de sus aguas.

Luego de cuatro horas de viaje por rutas de tercer orden, algunos tramos alineados como persiguiendo a las rieles ferroviarias, mientras que otros siguen la curvilínea y sinuosa topografía de las estribaciones orientales de la cordillera andina boliviana, arribamos a Camiri, pueblo petrolero, … nació y creció a la sombra de esa industria. Lo fundaron el 12 de julio de 1935 en el gobierno de José Luis Tejada. Ya en el año 1924 se estableció el campamento Camiri junto al pozo Nº1 a cargo de la Estándar Oil Compaña, empresa que sería protagonista en los prolegómenos de la guerra del Chaco. Kaamirio el monte o selva de regular tamaño o altura, la llaman la capital del petróleo y el gas. Otros lo recuerdan por el “Che”, quién inició su aventurera jornada en estas tierras, actualmente ofertan, solo para nostálgicos, una caminata por el derrotero que siguió este singular personaje. En esta ciudad fueron enjuiciados Régis Debray, periodista francés, y Ciro Bustos, pintor argentino, relacionados con el grupo de Guevara.

Fuimos a Camiri persiguiendo al alcalde de Charagua. Originalmente nos había convocado en su poblado original. Hasta allí llegamos. En la alcaldía, la secretaría ni los vocales conocían de la reunión. Luego de un corto diálogo telefónico, expresó que debió salir de urgencia a San Antonio de Parapetí y que ya no retornaría, dado que al día siguiente, temprano, tenía que atender una cita en Camiri. Sugirió que nos reunamos en dicha ciudad a las 11:00h. Pues para allá fuimos. Recorrimos 240 km para conversar con el. Lo buscamos, no tuvimos respuesta de su celular. Insistimos varias veces. Como que el personaje se diluyó en el espacio cibernético.

Al fin  de la tarde iniciamos el retorno a Santa Cruz, nos acompaña una noche clara, estrellada. Durante el trayecto, Salvio no dejó en ningún momento de “pijchar” coca, única manera de soportar casi 14 horas de viaje distribuidas a lo largo del día. Arribamos un poco antes de la medianoche. En la madrugada, ya en la tropical ciudad, un torrencial aguacero se hizo presente. La luminosidad de los rayos que se colaban por las ventanas de la habitación, destacaban las naves de la catedral, mientras que a la distancia, los truenos dialogan entre ellos como retándose a quien suena más fuerte.



[1] http://books.openedition.org/ifea/4761