Melodía de la Vida

Escrito por Alfredo
Categoría: Relatos Creado en Lunes, 22 Junio 2015 02:22
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© alfredo carrasco valdivieso

Treinta y cucatro años han transcurrido de aquellos años en las que las computadoras personales constituían una lejana utopía. Años en los que transitábamos por los extraños laberintos de los algoritmos de programación del lenguaje “Cobol”, “transcritos” en tarjetas perforadas que, horas más tarde, ingresarían a los lectores de las monumentales cibernéticas máquinas del centro de computo de la Politécnica Nacional, cuyas memorias “caben”, actualmente, en la de un celular.

Cuántas horas dedicadas a programar y otras tantas a perforar, tarjeta tras tarjeta, para que, luego de la consabida corrida en las hoy en día arcaicas computadoras pero modernas en su tiempo, el analista de turno entregue la “sabana de hojas” en cuyo resumen se advertía que ¡habían errores en la programación! Exigía, en consecuencia, revisar línea por línea para identificar la oculta y tránsfuga omisión ¡Los indiscretos y camuflados errores o los espantosos y turbadores horrores!. Ese peregrinaje por las líneas o tarjetas de programación tenía una cierta analogía con el músico que suele acompañar al enamorado al pie de la ventana de la que no lo deja dormir, al momento de brindarla una serenata. Una vez cumplido el melodioso ritual, no siempre bien recibido por la homenajeada o por el furibundo potencial suegro o el hermano que compone entuertos, retorna el músico cargando el arpa a reposar en sus aposentos. Sin importar la hora del día o la noche, así nos veíamos obligados a retornar nuevamente al recinto de las monumentales cibernéticas IBM, aquellas conocidas de “cuarta generación” basadas en circuitos integrados de alta y media escala de integración – vaya lenguaje cibernético -.

Hoy escucho, con la ayuda de youtube, en una MacBook Pro, con nostalgia, esa extraordinaria melodía que me llevó a transitar por los escurridizos mundos de las ilusiones, utopías y realidades. Me deleito con “Bolero” de Maurice Ravel, compuesto y dedicado a la bailarina Ida Rubinstein. Del Cobol queda el recuerdo de las tarjetas perforadas y las incontables noctámbulas horas persiguiendo a los resbalosos errores o a los pavorosos horrores, a los que había que localizar ocultos entre las cientos de agujereadas tarjetas, de lo contrario el politécnico semestre en computación corría el riesgo de ingresar en la categoría de “en serio peligro”.

Irreverentemente provocativo! No encuentro otras palabras para describir a “Bolero”. Lo encontré o mejor dicho, colisioné con aquella gigantesca pieza la primera vez, hace más de tres décadas. Aconteció la tarde de un domingo cualquiera, una  de aquellas domingueras como las hubieron varias, luego de una mañana de disfrutar de los fascinantes vientos en el Pichincha y de flotar extasiado desafiando al Cayambe, al Antisana, al Cotopaxi. De aventurarme, atrevido, sobre el Ruco Pichincha. De jugar a quién está más alto con el Guagua. De competir con el Cóndor Guachana. Una mañana de volar en las deltas alas por las cúspides que inmortalizan al Pichincha, mientras retaba por algunas horas a la inexorable ley de la gravedad, que más de una vez me pasó factura reflejada en una cálida manga de yeso en torno al brazo. Audaz invadiendo el espacio de los cóndores, aquellas espectaculares, pero escasas, aves que señorean aún sobre algunas de nuestras cúspides andinas. Sí! flotando con mis desplegadas alas, disputando el dominio sobre aquellas cimas agrestes en compañía de las nubes, del viento, del sol, mientras la adrenalina por el vértigo de las alturas tensaba los nervios y las emociones. Los modernos Ícaros solían llamarnos en aquellos años.

Aquella dominguera tarde de “vagos” fue la que me llevó a recorrer los cinéfilos anuncios publicados en el diario “El Comercio”. Escondido entre varios estaba aquel que reseñaba la función que a la hora del matinée se ofrecía en el teatro Universitario, el de la “U” Central, no muy lejos de casa. Anunciaban la ¡“Melodía de la Vida”! El título de la película, más allá de ser convocante para agotar las vespertinas horas del domingo, luego de la matutina frenética jornada de vuelos que irrespetó santificadas cumbres andinas, se constituyó en una silencioso llamado a ver la vida desde una perspectiva diferente.

La reseña cinematográfica, publicada en la prensa, limitada a la escueta presentación del anunció, no traía ninguna información adicional. Hacía una breve referencia a Maurice Ravel. No conocía quién era el tan celebrado “Ravel”, no obstante los cursos de música que ofrecían en las politécnicas aulas. Cursos destinados a que esos extraños “ingenieriles”, seres embutidos de números y fórmulas, que surgían de ese “templo” académico, para que aquellos conozcan no solo de los números, sino también de cómo se integraba un orquesta sinfónica y el rol que jugaba cada artilugio musical: de dónde se derivaban para luego integrar, no las integrales, sino la música.

Las boleterías del  “Universitario” lucían no muy concurridas. Unas cuantas personas, presurosas, pugnaban por conseguir una entrada. La función estaba por iniciar. Al ingresar las luces lentamente comenzaron a atenuar su intensidad. Previamente, como era frecuente en aquellos tiempos, y en los actuales también, los consabidas propagandas – “tryler”, en ingles españolizado - de lo que vendrá a futuro llenaron los primeros diez minutos.

Historia épica, fascinante, la que se desarrolló conforme transcurrían las diferente escenas que recogían las experiencias de vida de cuatro familias a quienes unía una misma pasión: la música, pero dispersas en el ancho y ajeno mundo: procedían de Rusia, Francia, Alemania y EE.UU. Las escenas hacen un seguimiento de cada una de ellas, en sus diferentes momentos de vida marcados por un sino común: la vivencia, desde diferentes perspectivas: de los  horrores de la Segunda Guerra Mundial y de las consecuencias que se derivaron y reflejaron con rigor en las siguientes décadas y, la influencia que tuvo en sus vidas las que, en diferentes momentos, se cruzan y distancian en esa turbulenta época. Al final, la secuencia de la danza que acompaña Bolero reúne, de alguna manera, a todos ellos.

Entre nostalgias, resentimientos, sueños, amores de lo que pudo haber sido y no fue, de lo que vino y se fue, se erige, casi al final de la película, la conocida torre Eiffel ¡Majestuosa! Irrumpe a su pie un escenario rojo sangre, y un denso poblado de sillas en su entorno que poco a poco se van poblando. El danzante (Jorge Donn), torso desnudo, lentamente llega y en cadenciosos compases tristes unos, alegres otros,  evoca con magia los procesos de la vida: placer que engendra vida, dolor que pare ternura, proceso que genera frustraciones, transcurso que desarrolla ilusiones.  Surge de entre los integrantes de la sinfónica una  voz (Geraldine Chaplin), que hace vibrar silenciosamente las emociones y los recuerdos  de los allí presentes y de quienes, tras la radio o las ondas televisivas disfrutan del espectacular y particular momento. Si bien el film es una ficción, recoge las experiencias de vida de personajes como Rudolf Nureyev, Édith Piaf, Herbert von Karajan, Glenn Miller, Josephine Baker.  

La película exponía las complicaciones de la vida en parte del turbulento siglo 20 – tan cercanamente lejano a nuestra cotidianidad -. Allí estaba reunido el romance, la pasión, el drama, la tragedia y el horror, todo ello acompañado de una extraordinaria pieza musical que de forma soberbia movilizó las emociones de los espectadores. Melodía de la Vida una inolvidable película que bien merece ser nuevamente disfrutada.

En esencia lo que llegó a este ambulante andino que desafiaba cimas y vientos, a través de aquella melodía y que finalmente permeó aquella tarde de “vagos”,  es que la vida misma es una gran melodía y en ella, de una u otra manera, todos somos a su vez los músicos, los directores de la orquesta, los compositores y los espectadores. Integramos un gran concierto a cuya partitura aportamos con nuestras notas, nuestros ritmos, nuestros tiempos. En el proceso interpretamos pasajes alegres, melancólicos, eufóricos….. resultado de un permanente aprendizaje de afinamiento, desafinamiento y desafíos.

Acordes que tempranamente se instalaron en el mismo vientre materno, aquel que por un determinado tiempo, desde el momento en el que aconteció el biológico impacto de la fertilización para dar inicio al desarrollo, nos aisló de la bullanguera y enloquecedora dinámica diaria. Sin embargo, aquella temprana “armadura”, no impedirá que conforme los años lleguen y dejen su huella, otros se arriben para se participes de la gran sinfonía, cada uno interpretará lo suyo formando parte, de alguna forma, en nuestras vidas.

 “El viento ... mis desplegadas alas y yo ..

somos uno ... somos todo”

 

http://www.youtube.com/watch?v=RQ-ba4aHHGA&feature=related