al otro lado del muro

Escrito por Alfredo
Categoría: Relatos Creado en Lunes, 03 Agosto 2015 20:37
Visto: 879

 

© alfredo carrasco valdivieso (2003)

Al viajero acompaña con frecuencia una intensa sensación de vacío, por que algo del que viaja se queda en el lugar que visitó y no lo puede recuperar o llevar consigo, salvo la nostalgia del momento vivido.

 Zambia! Cuando decidí visitarla, confieso, no tenía ni la más remota idea de lo que esperaba encontrar. Cierto es, como quizá le ocurre a la mayoría, conozco de manera general de lo que acontece en el África – en la medida que se pueda o deba creer lo que dice la prensa -. Algo se conoce más que nada por las acciones de ciertos personajes que han trascendido. Por ejemplo las actuaciones en Sur África de Nelson Mandela, aquel lindo viejo que puso de rodillas a los intolerantes promotores del “apartheid”. Por las acciones que impulsó Anwar el Sadatt, premio Nobel. Por Muamar el Gadaffy y su atorrante, delirante y caricaturesca historia. O por aquel que sacudió terriblemente de manera sanguinaria a Uganda, su país, el no celebre Idi Amin Dada. Por que no recordar, la manera perversa y cruel, no bien reportada por la prensa, de lo que acontecía en Rwanda o Burundi: genocidas acciones derivadas del conflicto entre Hutus y Tutsis. Muchos otros personajes quedan en el tintero, no diferentes a algunos de nuestros latinoamericanos y también caricaturescos personajes. Sí, con esa información, sin procesar mucha de ella, conocí África.

Zambia, desconocida, como lo son Botsawana, Namibia, Rwanda, Burundi y todos aquellos países que integran la África subsahariana, generó en este Ambulante Andino varios sentimientos encontrados. Durante la corta estadía (18 días), tuve la oportunidad de visitar un Parque Nacional, dos reservas privadas de vida silvestre, el Museo Nacional, a los artesanos de la madera, la feria agrícola y ganadera; como también tuve acceso “al mundo que no se ve”, aquel que dramáticamente muestra, en toda su extensión, los efectos del SIDA considerado ya una pandemia.

Bienvenidos! Se lee en la multicolor puerta principal de acceso al “Hospicy Mother of Mary”. Un muro alto, de más de 3 metros de altura no deja ver, desde la calle, lo que está detrás de él. Un moreno alto, vestido con un overol  azul marino, abre lentamente el metálico portal de acceso para permitir el ingreso de una camioneta Toyota, blanca, modelo 1992, que se estaciona al frente del edificio principal. Tres damas de edad, vestidas a la usanza de Zambia, telas de colores tierra, tonalidades rojas ocre, amarillos y verde, descienden apresuradamente de la cajuela del vehículo. 

Al principio nada llama nuestra atención, salvo que las tres damas ingresan raudamente a la recepción. El chofer desciende lentamente y se dirige hacia la parte posterior de la camioneta y abre la portezuela. Levanta una vieja manta mientras dos de las mujeres, que ya retornaron del edificio, se acercan acompañadas de una enfermera. Juntas, con el chofer, comienzan a mover a un hombre que yacía no visible en el piso de la cajuela, lucía perfiladamente demacrado por la delgadez: aparentaba más edad de la que tiene, no más de 45; los ojos se escondían en sus cadavéricas cuencas. Estaba recostado sobre unos vacíos costales, de aquellos utilizados por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación. Frente a nosotros, en todo su drama, estaba presente el SIDA y sus secuelas.

El Hospicio, uno de los cuatro que “ilegalmente” funcionan en Lusaka, la capital de Zambia, se especializa con exclusividad en prestar atención a ciudadanos, muchos de ellos terminales, que están afectados por el SIDA. Asisten diariamente, en promedio, a 15 pacientes. Lo de “ilegal” viene al caso por que el gobierno, recientemente, hace menos de tres años, reconoció que en el país existe un  problema social serio con el SIDA. Esos centros de atención, que funcionan con ayuda de donaciones, vienen operando desde hace más de cinco años sin el permiso oficial.

Alison, joven Norteamérica (23), estudiante de medicina es la directora del centro desde hace 12 meses – piensa quedarse 12 más -. Comenta sus experiencias y avatares en el manejo del Hospicio. Los esfuerzos por conseguir los evasivos recursos financieros, ahora más difíciles por la pugna legal que tiene la Fundación Diana (la recordada Lady D), la principal donante, con abogados norteamericanos.

El Hospicio es un edificio de una sola planta, rectangular, en cada uno de cuyos extremos se sitúan, respectivamente, los dormitorios para mujeres y hombres. A lo largo del corredor, a los costados, están la enfermería, la cocina, el baño y la ducha para los enfermos y, seguidamente la oficina de recepción. Limpias, ordenadas, pero la pobreza se respira. En el salón que corresponde a las mujeres, varias de ellas reposan en amarillas camas metálicas. Una de las enfermas, con pómulos macabramente perfilados, nos mira sin ver; esa mirada la sentiríamos en más de uno de los enfermos que reciben atención en el centro. Intenta cubrirse el rostro pero la manta que la abriga es demasiado pesada para las escasas fuerzas que aún quedan en sus debilitados brazos, y la deja caer en el intento.

El segundo dormitorio contiene unas diez camas. En una de ellas yace Elizabeth (12), cara redonda, dentadura blanca - marfil, sonrisa amplia e inocente pero triste, me mira con sus grandes ojos cuya blancura contrastan profundamente con su piel oscura. Yace desde hace más de ocho días en aquella cama del Hospicio. ¡Sí! Elizabeth tiene SIDA y además tuberculosis. Su futuro es incierto. Sus padres la dejaron allí por que no tienen los medios para tratarla, como ocurre con la mayoría de internados, muchos de ellos además abandonados por sus familiares. Como ella están 9 personas más: Majory (29), Cliff (28), Frank (65), Nangwale (64), Stella (34), Van (65), Robson (38), Anna (72) y Joseph (28), con seguridad más de uno ya habrá fallecido al momento de escribir estas líneas.

Al Hospicio llegan aquellos sentenciados por el SIDA, desahuciados por la sociedad. Ellos son los que viven en aquel mundo que no se ve y que es extraño o desconocido para los visitantes.

Al momento de salir, en la enfermería, encontramos al paciente que llegó en la camioneta, inmóvil. Dudan que sobreviva las próximas cuarenta y ocho horas.

Por que decidí visitar este centro? No tengo ni la más remota idea. Pero allí palpé de cerca la implicación de una pandemia como la que se vive Zambia y que asola a la mayoría de países del África Subsahariana: las cifras oficiales dicen que entre el 25 y 30% de la población está enferma o es VHI positivo, mientras que conocedores afirman que las cifras pueden ser superiores al 50%, en algunas poblaciones rurales se ha reportado hasta el 60%. La población afectada es principalmente la económicamente activa. Parte del desarrollo presente, y en mucho el del futuro, está en manos de niños menores de 15 años!!!. Zambia, como los otros países, se está quedando sin PEA.

Alison la directora del centro comparte con altivez las experiencias de su trabajo. Se la siente comprometida a poner todo su esfuerzo para aliviar los avatares que cargan las personas a las que atiende en el centro. Comenta que la vecina fábrica de cemento invierte miles de Kwachas (moneda local 1US$ = 5.000K) anuales en el tratamiento a sus empleados.

Junto al Hospicio está una escuela pobremente equipada. En ella unos 60 niños de entre cuatro y catorce años nos reciben cantando  “Welcome visitors … you are a very special people for us”. Todos tienen algo en común! ... son huérfanos! Han perdido a uno o a sus dos padres a causa del SIDA. ..... Eliza Chongwe, Catherine Sinkwilimba, Matilda Daka, Ester Wapopo, Gertrude Ngwenya y Rita Chongwe son algunas de las que nos dieron una calida bienvenida.

"Al otro lado del muro", aquel que aísla al Hospicio y a una escuela de niños, se encuentra la vía que lleva a los turistas a la Zambia preparada para ellos: el reto de observar a los cinco grandes – elefantes, leones, rinocerontes, hipopótamos y jirafas -. Mientras que la Zambia mágica, la profunda, la ancestral, la verdadera, se la conoce en su museo, en sus ciudades, en su gente, en sus mercados, en el campo. A la Zambia morena, a la cadenciosa que baila al son de la percusión de marimbas y tambores ancestrales, a la de figuras macondianas. 

Zambia, una muestra de la África subsahariana ha marcado un huella, por eso es que viajar genera un vacío intenso, ya que estuve en los dos lados del muro ... no solo de aquel  lado en el que se ve un inolvidable paisaje, sino también aquella que muestra una cultura inmensamente dinámica y eterna, así como la dramáticamente humana.

No soy un hombre que sabe, he sido un hombre que busca y lo soy aun pero no busco ya en las estrellas o en los libros, empiezo a escuchar las enseñanzas de la sangre que murmura en mi... Mi historia no es suave y armoniosa como las inventadas, sabe a insensatez y a confusión; a locura y a sueños, como la historia de todos los hombres  que no se quieren mentir a si mismos” (Lobo Estepario, Herman Hesse).

Son las 18:30, vuelo a 11.000 pies de altura sobre Sud África, de retorno. Es nítido el perfil del horizonte que se pinta de naranja, contrasta con el azul profundo de la noche que comienza a descender. La lucha de colores se inicia al atardecer. Son las 18:45, el azul oscuro vence, se funde en un beso astronómico con el profundo oscuro de la tierra. Humanas luces violan el natural y oscuro manto de la noche que cobija a la tierra. Tímidamente las primeras estrellas se dejan ver.